2/10/12

“Cristiada”, la historia que aún tratan de silenciar

Cristiada es un film que narra el intento del gobierno mexicano de Plutarco Elias Calles de suprimir la libertad de culto, una política que provocó el estallido de la Guerra Cristera (1926-1929). En 1927 llegaron a reglamentar el art. 130 de dicha Constitución, que facultaba a imponer cuotas y requisitos especiales a los ministros de culto. La resistencia a la aplicación de la legislación y de políticas públicas anticlericales tuvo su reflejo en la actuación de las milicias de laicos y religiosos católicos que combatieron la restricción de la autonomía de la Iglesia católica. Los cristeros eran gente ordinaria de todo México que eligieron defender su libertad, que tuvieron que decidir si estaban dispuestos a defenderla con su vida y su epopeya es descrita en el lenguaje cinematográfico de una forma épica. Una historia que siempre han tratado de ocultar, a pesar de las 250.000 personas que murieron en el conflicto.

Presentación de la película Cristiada del director Dean Wright, que comenzaría a rodarse en Durango (México). Wright es el director de Las Crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario

A pesar del elenco de actores, los distribuidores nacionales no tienen verdadero interés en proyectarla en las pantallas de nuestras salas de cine. Alegan que, en unos momentos de crisis, la distribuidora mejicana solicita unos derechos demasiado elevados y temen que no sea rentable y que no interese a los españoles. La Mostra de Cine Espiritual de Barcelona ha mostrado interés en proyectarla en su certamen. Pocas veces se han puesto tantos obstáculos para la proyección de una película en nuestras salas de cine. Sin embargo, la próxima Navidad podría ser una fecha adecuada para su estreno comercial.

En un México convulso

En febrero de 1913, la caída del presidente demócrata Francisco Madero avivó el sectarismo de la revolución, y la facción triunfante guiada por su odio a la fe, orientó su acción contra la Iglesia Católica. Los vencedores eran hombres blancos del norte de México, próximos a la frontera norteamericana e imbuidos de los valores del capitalismo anglosajón y del protestantismo, y muy especialmente por la Masonería. En 1929, el presidente Emilio Portes Gil, Gran Maestre Masón, declaraba que: "En México, el Estado y la masonería son una misma cosa".

En 1917, la Constitución mejicana negaba personalidad jurídica a la Iglesia, las sometía al estricto control del Estado, prohibía la participación política del clero, negaba derechos básicos a los ministros del culto y se les obligaba a que fueran personas casadas, impedía el culto público fuera de los templos y de las dependencias eclesiásticas y prohibía la existencia de comunidades religiosas. El Estado se arrogaba el derecho de decidir el número de iglesias y de sacerdotes que habría. El despotismo de la Revolución desconocía el viejo México mestizo, indio, católico en el decir de Jean Meyer.

Con el visto bueno del gobierno mejicano y el favor de la prensa oficial el país se empezó a llenar de pastores protestantes norteamericanos. En cambio, en referencia a la Iglesia Católica, el presidente Calles declaraba que “Todo obispo, sacerdote y ministro extranjero será deportado inmediatamente. Se dictarán cinco años de prisión a cualquier sacerdote que critique al Gobierno y queda estrictamente prohibido utilizar vestimenta religiosa en público”. En 1925, para romper con el Vaticano, el gobierno ideó una Iglesia Católica Mexicana, dotándola de edificios, recursos y medios. Pero, los católicos en comunión con el Vaticano reunieron dos millones de firmas para proponer la reforma constitucional. Una petición que fue rechazada y que impulsó el llamamiento de los católicos a no pagar impuestos, a minimizar el consumo de los productos comercializados por el gobierno, a no comprar billetes de la Lotería Nacional, ni a utilizar vehículos para evitar la compra de gasolina. Esta acción causó severos daños a la economía nacional, y la feroz represión gubernamental radicalizó la postura de grupos católicos mejicanos, especialmente en los estados de Guanajuato, Jalisco, Querétaro, Aguascalientes, Nayarit, Colima, Michoacán y parte de Zacatecas, en la Ciudad de México, y en la península de Yucatán. Este movimiento reivindicaba los derechos de libertad de culto en México y sus proclamas de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva Santa María de Guadalupe! les granjearon un creciente apoyo social.

Si bien los católicos estaban separados de la política oficial mejicana, por su carácter dinámico y emprendedor, representaban un peligro para unos gobiernos que se apropiaban de su maíz, de las pasturas y de los animales. Contra la acción de los gobernantes corruptos se empezó a conformar una unión popular de resistencia, puesto que el México tradicional empezó a considerar que el gobierno quería hacerles vivir como animales, sin religión y sin Dios.

Los Cristeros: alzarse para no ser exterminados

Ante los gravísimos efectos de la gestión revolucionaria, el gobierno incrementó la represión. En enero de 1926, los sectores perseguidos empezaron el acopio de armas y surgieron las primeras guerrillas compuestas por campesinos. En su intento de desprestigiar a estos grupos, los agentes del gobierno federal optaron por llamarlos cristeros, al tiempo que recrudecían la represión ante la capacidad de estos grupos católicos para articular el descontento local.

En Valparaíso, en la noche del 14 de agosto de 1926, el general Pedro Quintanar apoyó el levantamiento que preparaba el grupo de Aurelio Acevedo. La presencia del general obligó al gobierno mejicano a actuar rápidamente. El 29 de agosto, el general Quintanar entraba en combate en Huejuquilla el Alto (Jalisco), venciendo al grito de ¡Viva Cristo Rey!A este alzamiento le sucedieron los de Jalisco, Nayarit, Zacatecas, Guanajuato y Michoacán y la casi totalidad del centro del país. Más de 12.000 combatientes se alzaron y pronto alcanzarían la cifra de 20.000 efectivos, sin practicar leva alguna; es decir, sin obligar a las personas a sumarse a su ejército. Como ejército irregular sus combatientes no esperaban recibir pago, ni contaban con intendencia de aprovisionamiento, reclutamiento, entrenamiento, atención a los heridos o cuidado de sus familias al uso de los ejércitos gubernamentales. Por primera vez, el que, durante la Revolución Mejicana, fuera activísimo mercado estadounidense de armas, estuvo cerrado para el movimiento cristero, que, a pesar de no poder adquirir armas o municiones, combatía con armamento anticuado, excedentes de la Revolución de 1910-1917, y operaba con muy escasa munición. En total, cincuenta mil personas se involucraron directamente o auxiliaron indirectamente al ejército cristero.

Miles de católicos fueron ejecutados por las autoridades federales de los Estados Unidos de México

La represión inicial contra los cristeros fue feroz. Los cristeros eran colgados en el “Árbol de la Muerte”, asesinados en el Zócalo de México y más de 600 sacerdotes fueron colgados en los postes telefónicos. El gobierno mandó quemar todos los documentos de la Iglesia, incluidas la Fe de bautizo de todas las personas.

Los propios avatares de la Revolución, con golpes y contragolpes militares, condujo al asesinato de presidentes y de candidatos a la presidencia. En un famoso corrido de la Revolución se cantaba aquello de “Nos haremos los compadres, ¡Viva la Revolución!”. El compadreo y el “yo te quito, yo me pongo” quedaron unidos, indefectiblemente, a esta época revolucionaria.

El levantamiento cristero contó con varios handicaps. México acababa de superar un costoso conflicto armado de siete años de duración que había ensangrentado el país. Salvo excepciones, los obispos mejicanos se distanciaron del movimiento armado, desconocieron a la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa, que con una dirección marcadamente urbana mantenía un conflicto fundamentalmente rural. Con la mediación del gobierno de EEUU, los obispos trataron de negociar la paz con el gobierno de Plutarco Elias calles. Al llegar Emilio Portes Gil a la presidencia se establecieron nuevas negociaciones, con el embajador estadounidense, Dwigth Morrow, como mediador. La Santa Sede designó al jesuita Pascual Díaz Barreto, obispo de Tabasco, como intermediario oficial y secretario del Comité Episcopal.

El 21 de junio de 1929 se acordaría una amnistía general para los insurrectos que quisieran rendirse. Menos de 14.000 combatientes del ejército cristero depusieron las armas. El acuerdo sobre la cuestión religiosa preveía la devolución de las casas curales y episcopales, así como evitar confrontaciones en lo sucesivo. Una mayoría de obispos, liderados por los de Ciudad de México y de Tabasco, se mostraron favorables al acuerdo. El Obispo de Tacámbaro, en Michoacán, lideró la oposición al Acuerdo. Los seglares católicos verían como los obispos mejicanos opuestos a la Liga centralizarían y controlarían sus actividades a través de la Acción Católica Mejicana.

De esta guerra cabrían destacar las batallas de Tepatitlán, El Fresnal, Asalto de Manzanillo, Piedra Imán, Caucentla, Los Rubios, Tenaxcamilpa, Nogueras, Borbollón, Mezquitic, San Julián, Sahuayo, Jiquilpan y Cotija.

Entre los cánticos cristeros que se hicieron más populares, destacaremos dos: “Reine Jesús por siempre, reine su corazón. Que es nuestra patria, es nuestro suelo, que es de María la Nación... y ¡Qué viva mi Cristo, qué viva mi Rey! ¡Qué impere doquiera triunfante su ley! ¡Qué impere doquiera triunfante su ley! ¡Viva Cristo Rey, Viva Cristo Rey!.

Presionado por EEUU, el presidente Portes Gil anunciaría que la Iglesia católica se sometería a la ley sin que la Constitución sufriera modificación alguna. En la práctica, la relación Iglesia-Estado en México fue nicodémica –por Nicodemo, el fariseo que se acercaba a Jesús de noche-. Un "modus vivendi", en el que el Estado renunciaba a la aplicación de la ley y la Iglesia renunciaba a exigir sus derechos. Pero, los efectos de la crisis económica de 1929 conducirían al Grito de Guadalajara de 21 de julio de 1934, cuando Calles –como jefe máximo de la Revolución mejicana- trato de trasladar el triunfo militar al ámbito de la conciencia, de la educación y, específicamente, en la infantil con el “proyecto de educación socialista”. La protesta fue de tal magnitud que se conoció como la Segunda Cristiana. En esta ocasión, el episcopado no se fracturó.

En septiembre de 1932, en previsión de un nuevo ciclo de represión gubernamental anticatólica en México, el Papa Pio XI publicó la encíclica Acerba Animi y en marzo de 1937 la encíclica Nos es muy conocida, que criticaba la política anticatólica desarrollada por los gobiernos de México.

Tras las tensiones creadas, el gobierno mejicano moderaría su legislación y sus reformas y, evitaría la radicalización de los gobernadores de los Estados, centralizando en la figura del presidente las relaciones con la Iglesia. Por su parte, la Iglesia ungió al Arzobispo de México como interlocutor oficioso con las autoridades federales.

La guerra cristera en el cine y la literatura

Han pasado noventa años y la guerra cristera continúa siendo un tabú en la historia de México, impulsado por despostas de todo pelaje.

Todo un elenco de actores, como Andy Garcia o Eva Longoria, interpretan a los personajes de Cristiada

Desde el cine silente, se han realizado cortos, documentales y películas con el tema de los cristeros. Aunque, el mundo del cine no ha tratado en demasía este movimiento popular, he aquí algunos de estos trabajos:
“El coloso de mármol” (1929), director: Manuel R. Ojeda. Protagonistas: Manuel R. Ojeda, Anita Ruiz y Carlos Villatoro. Film silente producido durante la Cristiada.
“Los Cristeros” (1947), director: Raúl de Anda. Reparto: Sara García, Luis Aguilar, Eduardo Arozamena, Aurora Cortés y otros. También conocida por: Sucedió en Jalisco.
”El fugitivo” (1947), director John Ford, cuya acción transcurre en un país sudamericano, un sacerdote se enfrenta al gobierno, que ha prohibido la religión y hace públicas todo tipo de disposiciones anticlericales. La policía le sigue a todas partes y él se retira a un país vecino, pero vuelve a cruzar la frontera, haciéndose pasar por campesino, para darle los últimos sacramentos a un bandido moribundo.
“La guerra santa“ (1979), director: Carlos Enrique Taboada. Protagonistas: Jorge Luke, José Carlos Ruiz, Víctor Junco y Enrique Lucero. Ganó el Ariel de Plata por su edición.
“La Cristiada” (1986), director: Nicolás Echevarría. Documental de 45 minutos.
“Cristeros y Federales” (2011), director: Isabel Cristina Fregoso. Cortometraje.
“Los últimos cristeros“ (2011), director: Matias Meyer. (89 mins.).
“Cristiada” (2012), director Dean Wright.

En la literatura, Graham. Greene describe en El Poder y la Gloria el trasfondo de la guerra cristera a través de las tribulaciones del sacerdote José. Para Andrés Azkue, autor de "La Cristiada. Los cristeros mexicanos (1926-1934)”, la bibliografía sobre el movimiento cristero es escasa, ya que los sucesivos gobiernos e instituciones mejicanas han tratado de borrar su historia y de ocultar buena parte de los testimonios cristeros. En España, hubo cristeros entre los combatientes carlistas de la Guerra Civil Española de 1.936.

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