23/10/13

Crónica de la Beatificación en Tarragona (I)

El día 13 de octubre amaneció soleado en Tarragona. Buena parte de las personas asistentes a la beatificación trataron de cubrir su cabeza con los más variados objetos, desde pañuelos anudados, parasoles, gorras o boinas rojas. Algunos pensábamos antes y lo seguimos pensando ahora que, quizás, se debería haber ampliado el recinto para dar cabida a unos cuantos miles de personas que se quedaron sin la posibilidad de asistir al acto de beatificación.

Logo del acto de Beatificación del 13 de octubre de 2013

Más de 25.000 peregrinos vibraron con una beatificación que no buscaba culpables, aunque se supiera quiénes eran los verdugos que obraron tales martirios. Por ello, se trató de eludir polémicas para que la ceremonia resultara más emotiva, con el tono alegre y festivo de los fieles y la solemnidad de los oficiantes, hasta convertir a Tarragona en la capital del catolicismo, por unas horas.

Los fieles que acudieron a la Jornada de Beatificación en Tarragona se encontraron con una agradable temperatura entre veinte y veinticinco grados. Las asistencias sanitarias atendieron veintiocho episodios de desmayos y mareos, que no revistieron mayor importancia. La emoción, sin duda, tuvo su protagonismo en el acto religioso que hermanó en los sentimientos a jóvenes, adultos y ancianos.

Los familiares de los mártires vivieron, en paz y tranquilidad, una jornada que esperaban celebrar desde hacía muchos años con el rasgo común de la Fe. Con inmenso orgullo, muchos de ellos destacaban las cualidades de sus parientes beatificados, que fueron asesinados, ejecutados, torturados a muy diferentes edades y que dieron la vida en la defensa de su Fe. Que fueron capaces de morir por una fe que orientaba su vida y que estuvo presente en sus últimos instantes de existencia. Muchas familias reunieron a bisabuelos, abuelos, hijos, nietos y bisnietos para asistir a esta ceremonia religiosa. Algunas personas se reencontraron de nuevo al cabo de los años y dieron las gracias porque Dios les había concedido vida para llegar a ese momento. Una profunda religiosidad recorría el recinto en el que se enmarcó el rito de la Beatificación, que tuvo un carácter trilingüe con el uso del español, del catalán y del latín.

Al margen de los familiares de los 522 mártires, entre los asistentes a la ceremonia se pudieron ver representantes de todos los estamentos de la Iglesia, miembros de congregaciones y de colegios cristianos. Al acto acudieron autoridades políticas como el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, el presidente del Congreso, Jesús Posada, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, el alcalde de Tarragona, Josep Fèlix Ballesteros, el alcalde de Reus, Carles Pellicer, el alcalde de Tortosa, Ferran Bel, y unos 200 alcaldes de diferentes localidades de España.

La liturgia de un minucioso acto religioso

La presencia del color rojo martirial se hizo presente en el acto religioso. En la decoración del escenario, en las casullas de los sacerdotes oficiantes. Las flores escogidas para la beatificación, los anturios, estuvieron acompañadas del verde las hojas de palmera, areca y boix.

Bajo la idea de mártires del siglo XX, se beatificaron a las 522 personas asesinadas mayoritariamente en el decurso de la Guerra Civil española de 1936-1939. Al acto se le dio un exclusivo trasfondo religioso, tal como se esforzó en reiterar el cardenal Angelo Amato, emisario especial del Papa Francisco a esta ceremonia. A pesar de la emotividad del acto, se buscó un enfoque intencionalmente positivo para que así fuera percibido por los peregrinos llegados de toda España y también del extranjero.

El acto tuvo cuatro líneas bien definidas. Una ceremonia bien preparada litúrgicamente con intervención de cardenales, obispos y sacerdotes, que se pudo desarrollar en paz y armonía para satisfacción de los peregrinos. Una lectura del documento de elevación a los altares de los nuevos beatos. Una homilía sencilla, catequética, de respeto a todos, definidora del concepto de mártir, de fidelidad al magisterio de la Iglesia, de conexión con la vida real de los cristianos. Una despedida del acto por parte del cardenal Rouco que ha acallado algunas voces en el epitafio de su paso por la presidencia de la Conferencia Episcopal Española, en un acto en que sólo han faltado alguno de sus miembros.

Durante la homilía, el cardenal Amato -prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos– destacó que la Iglesia es ”casa del perdón” y «no busca culpables». Recordó al mundo entero que «En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30, vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología» que «anuló a millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos, escuelas católicas y destruyendo parte del patrimonio». Subrayó que los mártires fueron «víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia», «no eran provocadores sino personas pacíficas», «no eran combatientes ni apoyaban a ningún partido». Quiso que el acto fuera «una celebración del perdón dado y recibido», para «gritar fuertemente al mundo que la Humanidad necesita paz, y nada puede justificar la guerra, el odio fratricida y la muerte del prójimo». “La Iglesia invita también a los perseguidores a no temer la conversión, a no tener miedo del bien, a rechazar el mal”, porque todos necesitamos vencer el mal con el bien, ya que la conversión es necesaria para “buenos” y “malos”.

Al explicar por qué se celebraba el acto en Tarragona, el cardenal Amato relató que “su causa era la más numerosa, con 147 mártires incluido el obispo auxiliar Borràs” y porque en esta ciudad «en los primeros siglos Cristianos tuvo lugar el martirio de Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio, quemados vivos en el año 259 en el anfiteatro romano».

Mensaje del Papa Francisco con motivo del acto religioso de las beatificaciones celebrado en Tarragona el 13 de octubre de 2013

En su mensaje de tres minutos, emitido al inicio de la celebración, el Papa Francisco exhortó a ser «cristianos con obras y no de palabra» para no ser «cristianos mediocres, cristianos barnizados de Cristianismo pero sin sustancia». Instó a los cristianos a tomar el ejemplo de los mártires. «Siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, bienestar, pereza, y tristeza», indicó, y añadió la necesidad de abrirse a Dios y, especialmente, a los que más lo necesitan. El Papa significó que los mártires son cristianos ganados por Cristo, que comprendieron bien el sentido de «amar hasta el extremo que llevó a Jesús a la Cruz». «No existe el amor por entregas, el amor por porciones», subrayó el Papa Francisco, que pidió a los presentes que implorasen la intercesión de los mártires para mantenerse firmes en la fe, «aunque haya dificultades», para ser, así, «fermento de esperanza, de hermandad y solidaridad».

Tras la emisión del vídeo con el mensaje papal, la liturgia, que fue rica y minuciosa, prosiguió con la lectura en latín de la carta apostólica por la que se beatificaba a los 522 mártires. La emoción del acto hizo brotar los aplausos de los asistentes cuando se desplegó un gran tapiz con los rostros de todos los mártires o cuando sus reliquias fueron trasladadas al altar.

Tras el rito de la beatificación, se prosiguió con la Eucaristía. A su conclusión, minutos después de que miles de personas tomasen la comunión, llegó el canto del Virolai y el Himno de las Beatificaciones que cerraron una ceremonia presidida y oficiada en su mayor parte por el cardenal Amato pero en la que tuvo un especial papel el arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol.

Un cántico como el Virolai, usado como símbolo especialmente conciliador en la ceremonia, y que era unos de los cánticos que los combatientes requetés del Tercio de Ntra. Sra. de Montserrat entonaban antes de entrar en batalla. Un tercio que tuvo que ser reorganizado en varias ocasiones a consecuencia de las bajas sufridas en combate por la fe. Un hecho objetivo que está ahí por más que le duela a algún jerarca actual de la iglesia catalana.

En el cierre del acto intervino el cardenal Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española, que dio las gracias al Papa Benedicto XVI y al actual Pontífice Francisco por firmar los decretos de las causas de beatificación, así como a los diferentes estamentos implicados en la organización. Ante la presencia de las autoridades políticas españolas, entre las que se encontraban las autonómicas, recordó que “Los católicos no dejan de rezar por las legítimas autoridades de modo que todos podamos convivir fraternalmente en justicia, libertad y paz” y pidió el esfuerzo de todos para establecer la “armonía en nuestra sociedad”.

La sede pontifical de Tarragona

La sede pontifical de Tarragona fue la encargada de cumplimentar el magno acontecimiento religioso. Ante la petición de armonía en la sociedad del presidente de la Conferencia Episcopal Española, no podemos ocultar que una parte de la iglesia en Cataluña tiene en su seno instalado el disenso al haberse sometido a las impositivas directrices nacionalistas.

Unas directrices que se han cargado la armonía en la sociedad catalana, y han optado abiertamente por dificultar la convivencia necesaria. Directrices que han vaciado seminarios, parroquias y que ponen en solfa la enseñanza de la religión en las escuelas. A ese vaciado de los seminarios le acompaña, en consecuencia, una falta de clero y de vocaciones, que impide el relevo generacional y que obliga a un sacerdocio, cada vez más envejecido, a tener el cuidado de diversas parroquias en un entorno territorial cada vez más amplio. Algunos no entendemos cómo se ha podido prescindir de sacerdotes plenamente válidos porque no les reían las gracias a los gobernantes nacionalistas de turno, y que, por tanto, preferían la difusión del mensaje universal de Cristo y explicar la historia de la Iglesia al adoctrinamiento local-nacionalista y sus historietas.

Un proceder sui generis que padeció el actual arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, antes de iniciar su pontificado en esa sede primada, al recibir las advertencias sobre cuál debía ser su actitud y su actividad por parte de un conjunto de personalidades de Unió Democrática de Catalunya y de Convergencia Democrática de Cataluña, que las hicieron públicas a través de los medios de comunicación y de las correspondientes vías internas de la archidiócesis. Aún hoy, se le recuerda que el arzobispado de Tarragona era de la sede del cardenal Vidal y Barraquer.

Un cardenal, por cierto, con una aciaga actuación en los momentos de mayor persecución en su archidiócesis, y que él mismo se tuvo que exiliar de la Cataluña republicana, en un barco italiano, para no perder su vida, mientras su obispo auxiliar Manuel Borrás y cientos de sacerdotes y de fieles de su archidiócesis no pudieron tener esa oportunidad y se les infligió martirio hasta la pérdida de sus vidas, dejando así su valioso testimonio cristiano.

El Arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol Balcells

El 22 de abril de 2013, los medios publicaban el mensaje del Arzobispo de Tarragona con motivo de la Beatificación del Año de la Fe. En su escrito anunciador del acto de octubre, Jaume Pujol extraía de la Carta Apostólica Porta Fidei, 13 de Benedicto XVI estas palabras: “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta al don más grande del amor con el perdón de sus perseguidores”. El arzobispo Pujol, al recordar esos testimonios firmes y valientes de la fe, testimonios supremos de fidelidad, convidaba a católicos y comunidades eclesiales a participar con su presencia y a unirse espiritualmente a su preparación y celebración.

Tras la celebración de este acontecimiento, se podría decir sin ningún sonrojo que la nacionalistada ha ejercido una simbólica coerción del Arzobispo de Tarragona. No hay más que leer el gratuito Noticies tgn, próximo a la Red Sanitaria de Santa Tecla, dependiente de una Fundación del Arzobispado y del Ayuntamiento de Tarragona. En este semanario escribe el propio arzobispo, mosén Joan Aragonés y mosén Josep Gil. En sus ediciones del 16 de octubre 2013, tanto la del Tarragonès como la del Baix Penedès, las únicas menciones a la jornada de la beatificación del día 13 de octubre es un pequeño recuadro de La frase de la setmana, pronunciada por el arzobispo de Tarragona, y que transcribo íntegramente: “L’acte de beatificació és purament religiós, sense cap mena de connotación política, i la data la va decidir l’anterior papa Benet XVI fa molts mesos”. Y, también, un corto espacio en la página 13, para hablarnos de las caras de satisfacción entre los organizadores, del agradecimiento al trabajo de los voluntarios y el reconocimiento de las facilidades de las autoridades para que “aquests dies a Tarragona hagin pogut ser una gran festa”. Entre los momentos vividos destacaba la conferencia de Andrea Riccardi, las Vísperas Solemnes de perdón y reconciliación, las representaciones de la Passió de Sant Fructuós”. Y las palabras reiteradas del portavoz de la Conferencia Episcopal Española de que “la Iglesia no se olvida de ninguna víctima”. Tres días después, prácticamente pocas palabras más sobre un evento que les quemaba en las manos.

Y es que el testimonio de los mártires cristianos viene a ser un fuerte aldabonazo en las conciencias de muchas personas, viene a ser como la cruz que pone freno a las acciones del maligno y que nos libera de sus pompas y de sus obras, que siempre encontrarán colaboradores necesarios para aquellas acciones con las que se busca debilitar la misión de la Iglesia.

A mi entender, en la preparación y en el desarrollo del acto ha flojeado la fidelidad histórica con esa absurda división entre mártires que no utilizaron armas y aquellos fieles que se vieron impelidos a utilizarlas en la defensa de la fe, de sus vidas y de la de millones de creyentes. No es en absoluto justo. Necesitamos, pues, el ruego a estos 522 nuevos intercesores ante el altísimo para que nos ayuden a librarnos de la que nos está cayendo en estos momento cruciales de la Historia de España. Sí, he escrito España y no pienso pedir perdón por ello.

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